Leí una historia muy interesante esta semana y me pareció apropiado compartirla, más aún considerando que tiene una relación directa con la parashá - sección de esta semana, Kedoshím, donde se habla, entre otras cosas, del amor al prójimo.

Cabe destacar, antes de entrar en la historia, que este precepto tan importante (al punto tal que Rabí Akiva solía decir que es una regla fundamental de la Torá e Hilel, una generación antes que Rabí Akiva aún, llegó a decir de este precepto que es toda la Torá y el resto son sólo comentarios) se aprende tan sólo de una parte de un versículo, pocas palabras en comparación con la cantidad de palabras y versículos enteros que la Torá misma utiliza para relatar otros asuntos (de aparente menor importancia).

De aquí aprendemos que las cosas más fundamentales y esenciales no son aquellas que llevan mucho desarrollo o aquellas que resaltan por ser pintorescas, llamativas o novedosas, sino suelen ser las cosas más simples, y aún así a veces las más difíciles de realizar. Ahora si, la historia.

Eran las 8:30 de la mañana, cuando un señor mayor, de unos 80 años, llegó al hospital para medirse la presión. Dijo estar apurado, ya que tenía una cita a las 9:00. Había que esperar a que alguien lo atienda, pero el hombre estaba muy apurado, así que un enfermero decidió ayudarlo y tomarle la presión.

Mientras tanto, el enfermero le preguntó si tenía un turno con otro médico y por eso estaba tan apurado, a lo que el hombre mayor contestó que no, y que su apuro se debía a que tenía que ir al geriátrico donde su esposa estaba internada para desayunar con ella.

Entonces el enfermero, como acto de cortesía, inquirió sobre el estado de salud de la esposa del anciano, a lo que éste respondió que ya hacía tiempo que estaba internada y tenía Alzheimer.

"¿Ella se enojaría si su marido llega un poco tarde a la cita diaria?, preguntó el enfermero. El hombre mayor le respondió que hacía como cinco años que ella ya no lo reconocía.

Sorprendido, el enfermero preguntó: "¿Y usted sigue yendo cada mañana, aún si ella no sabe quién es usted?"

"Si," respondió el anciano, "ella no sabe quién soy yo, pero yo aún se quién es ella".

Vemos de esta historia que la definición del amor al prójimo no es según la medida propia, es decir, cuánto consideramos apropiado amar o entregarse por el otro, sino que debe medirse de acuerdo al otro. El enfoque de la relación con el otro debe ser el otro para que exista un verdadero amor, pero no en las cualidades del otro que me satisfacen a mi, o me hacen bien a mi, sino el otro por lo que el otro es.

Dicho de otra manera: el amor al prójimo está basado en hecho mismo de que el prójimo existe, esto es causa suficiente para amarlo, respetarlo y brindarse por completo, independientemente del beneficio que uno pueda obtener al ayudar, aún el beneficio de sentirse bien ayudando.

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