El domingo pasado (14 de diciembre), mientras volvíamos de un típico paseo familiar (o sea, seis chicos entre casi siete años y nueve meses más dos adultos), andando por la autopista que une Buenos Aires con La Plata, nuestro vehículo empezó a levantar temperatura.

Por supuesto, paramos, a la altura del kilómetro 26, para ver qué estaba pasando. El motor estaba muy caliente y faltaba líquido en el tanque que almacena el líquido refrigerante.

Como nuestro celular se había quedado sin batería, me acerqué a uno de esos teléfonos de emergencia que la autopista tiene, para llamar una grúa que nos remolque. A los quince minutos llegó al grúa y constató que se había salido una de las correas que maneja la bomba de agua y el alternador.

Sin posibilidad de repararlo en el lugar, el operador de la grúa llamó una camioneta que transportó siete chicos y un adulto, y yo viajé junto con la grúa y el automóvil hasta el peaje más cercano, en Berazategui.

Sin teléfono celular (el público estaba roto), el supervisor del peaje nos comunicó con el seguro automotor, que nos informó que mandarían una grúa en una hora y media...

Seis chicos inquietos, en medio de la nada... a esperar... Pasada la hora y media y la grúa no había llegado, decidimos llamar nuevamente. Una vez más el supervisor nos comunicó y ésta vez dijeron que en cuarenta minutos vendría la grúa.

Cuando llegaron, resulta que no podían cargar al coche con la gente adentro ni llevarnos en la grúa. Tampoco nos permitían que lleven el auto sólo y que nosotros viajemos en dos remises... a la una de la mañana, cansados y con hambre, llamamos un remis (un viejo y destartalado 504, para los que entienden...) donde viajaron seis chicos y un adulto, mientras yo viajaba en la grúa con el auto...

Llegamos a casa casi a las dos.

Al otro día el mecánico nos contó que el realidad sólo se había roto un tornillo, que hizo que se desajuste la correa de goma y deje de funcionar el auto.

Más allá de los diferentes eventos que ocurrieron alrededor de este relato, hay dos puntos centrales que podemos aprender. Como solía decir el Baal Shem Tov, de todo lo que uno oye o ve debe aprender una enseñanza en su servicio a Di-s. Aquí van dos:

1)Poco después de haber llamado a la grúa del seguro (la primera vez), los chicos empezaron a preguntar: ¿Cuándo va a llegar la grúa? ¿Cuándo nos vamos de acá? ¡Estamos aburridos! En ése momento entendimos lo que significa esperar a Mashíaj. La idea no es que nos ocupemos de nuestra vida, aún si se trata de una vida llena de Torá y Mitzvot, y que Di-s mande a Mashíaj cuando se le ocurra. Por supuesto, lo esperamos y, cuando llegue, lo recibiremos con mucha alegría, pero, mientras tanto, vamos a vivir la vida...

No... con la misma ansiedad que los chicos tenían por que llegue la grúa, no entendiendo qué hacíamos en ese lugar desconocido, descampado, ¡desesperados por irse de ahí, aburridos!, de la misma manera debemos ansiar y esperar la venida de nuestro justo redentor, para transformar este desértico mundo donde falta la revelación Divina, en un mundo lleno de Di-s.

2)Lo que no estaba en orden en el auto era un tornillo. Cualquier persona que conozca un poco solamente de lo que es un automóvil entenderá que un tornillo es insignificante frente a las miles de piezas que hacen que un auto funcione como corresponde, desde el motor (con sus miles de piezas), pasando por el chasis, los frenos, el aire acondicionado, etc.

Lo que se rompió fue un tornillo, y eso hizo que el sistema entero deje de funcionar. Lo mismo ocurre con el pueblo judío entero. Somos un sistema completo, donde todas sus partes están interconectadas y se afectan mutuamente. Si hay un solo judío en todo el mundo, que no está bien, el sistema entero, el pueblo judío entero, deja de estar bien.
Acercándonos a Jánuca, vamos a tomar la decisión de esforzarnos para traer más luz a éste oscuro mundo, más revelación de Di-s, para llevara al mundo a su objetivo final, ser una morada para Di-s.

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