El trabajo de rabino lo lleva a uno a situaciones diferentes. Desde enseñar Torá que, de hecho, ese es el significado de rabino, maestro, pasando por resolver un dilema legal (halájico), llegando hasta enterrar fallecidos... Dentro de ese amplio espectro de funciones, está el conversar con personas y apoyarlos en momentos de dificultad de todo tipo, tanto económica como espiritual.

Esta semana, conversando con una persona pasando por un momento difícil, la persona me expresó una necesidad muy específica: “Yo no necesito apoyo psicológico ni familiar, porque estoy muy bien contenido, pero necesito algo espiritual”.

Más allá del desarrollo de la cuestión con esa persona en particular, hay aquí un punto de inflexión fundamental al cual todos deberíamos llegar y, a veces, puede tardar toda una vida: lo racional no tiene nada que ver con lo espiritual. Este concepto se expresa en la Torá y en las Mitzvot.

Dicen nuestros sabios que la Torá precedió al mundo dos mil años. Pero esto no significa en tiempo, ya que el tiempo es una creación más, creada junto con el resto del universo, por lo que no existen “dos mil años” antes del mundo. Esto se refiere a un nivel espiritual, es decir, la Torá, en su esencia, se encuentra “dos mil” niveles por encima de la comprensión terrenal.

Al respecto de las Mitzvot, cada una de ellas es la voluntad de Di-s, que trasciende el razonamiento detrás de esa Mitzvá. Hay preceptos en los cuales se inviste la voluntad Divina en un concepto racional y, por ende, nosotros lo comprendemos, como no matar o respetar a padre y madre, mientras que otros preceptos permanecen tal y cual son en su esencia, la voluntad de Di-s incomprensible, como no mezclar lana y lino y cashrut.

Cabe aclarar que, desde su fuente, tanto la Torá como las Mitzvot descienden y se invisten en cuestiones racionales para que nosotros, seres humanos racionales, podamos captarlas y lidiar con ellas, pero nunca debe pensarse que eso que uno comprendió, es la esencia de la Torá o las Mitzvot.

Lo mismo ocurre en la vida de todos los días y sus desafíos: nadie duda de la importancia de lo racional y ordenado, pero hay asuntos que, simplemente, trascienden lo humano y requieren de un tratamiento superior, a lo que llamamos “espiritual”.

Este mismo concepto se expresa en la parashá de esta semana, Toldot (descendencia). El tema central es Itzjak y sus andanzas, por así decir. Itzjak fue el primer judío que tuvo un Brit (circuncisión) a los ocho días. Por supuesto, un bebé de ocho días no está en condiciones de comprender lo que le están por hacer y, menos, de decidir algo al respecto. Esto simboliza que su vínculo con Di-s, ese pacto, trasciende lo racional.

La diferencia reside en que lo intelectual, dadas las condiciones necesarias, puede cambiar. Un día uno piensa de una manera, al otro puede pensar diferente, porque se convenció que las razones por las cuales pensar diferente son más fuertes que las razones por las cuales pensaba como antes. Pero lo “espiritual”, aquello que trasciende lo racional, ese vínculo esencial que todo judío tiene con Di-s, no cambia según la circunstancia. Es eterno.

Y ese era Itzjak. Trascendía lo que parecía, en un mundo racional, que podía lograr. Y ese es su legado para todo iehudí: sin importar la situación, siempre debemos buscar la “espiritualidad” en lo que nos ocurre y buscar el camino “espiritual” para resolver nuestras dificultades. El estudio de Torá y la observancia de Mitzvot son el camino a través del cual revelar la “espiritualidad” en un mundo racional.

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